Érase una vez…

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REFLEXIÓN «LA CONTRA». EL DOMINGO Nº 1172. 14 de febrero de 2021.

Un muchacho vivía solo con su padre y ambos tenían una relación extraordinaria y muy especial. El joven pertenecía al equipo de fútbol de su colegio. Normalmente no tenía la oportunidad de jugar. Sin embargo su padre permanecía siempre en las gradas haciéndole compañía.

El joven era el más bajo en estatura de su clase, a pesar de eso cuando comenzó la secundaria insistió en participar en el equipo de fútbol del colegio. Su padre le daba orientación y le explicaba claramente que él no tenía que jugar al fútbol si no lo deseaba en realidad… pero a él le gustaba jugar, no faltaba a un entrenamiento, ni a un partido. Estaba decidido a dar lo mejor de sí, ¡se sentía felizmente comprometido!

Durante su vida en secundaria, lo recordaron como “El calentador de banco”, debido a que siempre permanecía sentado. Su padre lo animaba con su espíritu de aliento y el mejor apoyo que su hijo podía esperar.

Cuando comenzó la Universidad, intentó entrar al equipo de fútbol. Todos estaban seguros que no lo lograría, pero venció a todos, entrando al equipo. El entrenador le dio la noticia, admitiendo que lo había aceptado además por la manera como él demostraba entregarse totalmente en cada uno de los entrenamientos y al mismo tiempo les daba, a los demás miembros del equipo, el entusiasmo perfecto.

La noticia llenó su corazón de alegría, corrió al teléfono más cercano y llamó a su padre, quien compartió con él la emoción.

El joven deportista era muy persistente, nunca faltó a un entrenamiento ni a un partido durante los cuatro años de universidad. Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de participar activamente en algún partido. Era el final de la temporada y justo unos minutos antes que comenzara el primer partido de las eliminatorias, el entrenador le entregó un telegrama. El joven lo cogió y, después de leerlo lo guardó en silencio, tragó muy fuerte y temblando le dijo al entrenador: “Mi padre murió esta mañana. ¿No hay problema de que falte al partido de hoy?”. El entrenador le abrazó y le dijo: “Coge el resto de la semana libre, hijo, y no se te ocurra venir el sábado”.

Llegó el sábado y el partido no iba muy bien. En el tercer cuarto cuando el equipo tenía diez puntos de desventaja, el joven entró al vestuario, calladamente se colocó el uniforme y corrió hacia donde estaba el entrenador y su equipo, quienes estaban impresionados de ver a su luchador compañero de vuelta.

“Entrenador, por favor, permítame jugar. Yo tengo que jugar hoy”, le dijo el joven. El entrenador pretendía no escucharle. De ninguna manera podía permitir que su peor jugador entrara en el cierre de las eliminatorias, pero el joven insistió tanto que finalmente el entrenador sintiendo lástima lo aceptó: “Sí, hijo, puedes entrar. El campo es todo tuyo”.

Minutos después el entrenador, el equipo y el público, no podían creer lo que estaban viendo. El pequeño desconocido, que nunca había participado en un partido, estaba haciendo todo perfectamente bien. Nadie podía detenerlo en el campo, corría fácilmente como una estrella. Su equipo comenzó a remontar, hasta empatar el partido. En los últimos segundos de cierre, el muchacho interceptó un pase y corrió todo el campo hasta ganar con un “touchdown”.

La gente que estaba en las gradas gritaba emocionada y su equipo lo paseo por todo el campo. Finalmente cuándo todo terminó, el entrenador notó que el joven estaba sentado calladamente y solo en una esquina. Se acercó y le dijo: “Muchacho, no puedo creerlo, ¡estuviste fantástico! Dime: ¿cómo lo lograste?”.

El joven miró al entrenador y le dijo: “Usted sabe que mi padre murió… pero, ¿sabía que mi padre era ciego?”. El joven hizo una pausa y trató de sonreír. “Mi padre asistía a todos mis partidos, pero hoy sería la primera vez que él podría verme jugar…, y yo quise mostrarle que si podía hacerlo”.