Señor, te damos gracias
por habernos dado a tu Madre.
Su ejemplo nos empuja a seguirte,
a obedecerte, a confiar en Ti.
A menudo somos arrogantes
y queremos hacer nuestra voluntad,
seguir nuestros deseos
de auto-glorificación
sin darnos cuenta de nuestras limitaciones,
sin ser conscientes de nuestra precariedad.
Este espejismo nos hace olvidar
que te necesitamos,
que sin Ti no somos nada.
Nos angustia contemplar
nuestra desnudez,
porque tememos caer en la desesperación,
tememos no gustarnos,
tememos no ser quien quisiéramos ser.
En cambio, la llena de gracia confía
en tu grandeza aun sabiéndose pequeña.
Que seamos, como ella,
conscientes de nuestras carencias,
pero convencidos de que para Ti
nada es imposible.
Haznos dignos de esta llamada.
María, Madre de Dios y madre nuestra,
gracias por ser dócil a la voluntad de Dios,
por escuchar su llamada
y acoger la misión encomendada.
Ayúdanos a seguir tu ejemplo.