Vivir como un cura

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REFLEXIÓN «LA CONTRA». EL DOMINGO Nº 1200. 5 de diciembre de 2021.

Esta es la frase que suele emplear la gente para expresar que vives muy bien. Lo sorprendente es que para vivir tan bien, como al parecer viven, escasean voluntarios. Pero, ¿qué hay que hacer para poder vivir como un cura? Poca cosa.

Lo primero dejar la familia, la profesión o el trabajo; en definitiva, tu vida anterior. Y tras seis años de estudios ya está uno disponible para que el obispo le envíe a cualquier parroquia.

Una vez allí, solo hay que estar disponible 24 horas al día y 7 días a la semana, por si alguien tiene un problema que únicamente le puede contar al cura, por si alguno tiene que pedir algo que solo un cura le puede dar o por si un vecino decide morirse.

Asimismo, entre sus obligaciones laborales está escuchar con interés los problemas, tragedias y desgracias de todo el mundo, gratis y sin cita previa.

Escuchar los interrogantes, los miedos, insatisfacciones e incertidumbres de tantos hombres y mujeres que abandonaron un día a un Dios en el que no podían creer y acompañarles hoy en la búsqueda del verdadero rosto del Dios de Jesús.

Sembrar un poco de esperanza en tantas personas que viven sin horizonte, sin saber qué sentido dar a su vida, llenos de cosas y con el alma vacía.

Denunciar modestamente, pero con libertad y sin depender de las consignas de ningún partido, las mentiras, injusticias, manipulaciones, violencias y superficialidad de nuestras vidas.

Defender los derechos humanos que todos defienden e, incluso, los que apenas defiende hoy nadie, como el derecho a la vida interior y al silencio, el derecho a morir con sentido, el derecho a ser aceptados con nuestras cobardías y pecados, el derecho de toda persona al amor y a la solidaridad de todos, el derecho a buscar a Dios.

Él, por convenio, no tiene derecho a tener problemas. Debe asumir que será el representante en el pueblo de la institución más criticada y vapuleada del mundo y sobrellevar con agrado largas e inútiles conversaciones con gente que ni le va ni le viene lo de la Iglesia, pero que se creen con derecho a opinar lo que les viene en gana, casi nunca bueno, y a exigir una respuesta argumentada y coherente.

Felices quienes han experimentado que repartiendo cada día más sonrisas no se empobrecen, sino que aumenta su felicidad al enriquecer a quienes las reciben.