REFLEXIÓN «LA CONTRA». EL DOMINGO Nº 1213. 6 de marzo de 2022.
Uno de los santos más entrañables en la historia de la Iglesia es San Francisco de Asís. Todos sabemos qué es lo que más destaca en su vida: su humildad y su alegría de vivir. Cuentan de él y de la comunidad en la que vivía, que en Cuaresma realizaban tremendos ayunos. Una noche cuando todos los frailes se encontraban retirados en las celdas del convento, escuchó los gemidos de un hermano; se levantó y fue hasta donde estaba el hermano que lloraba. Se acercó y le preguntó: “Hermano, ¿qué te pasa?”. El fraile respondió: “Lloro porque me muero de hambre”.
Francisco, ni corto ni perezoso, despertó a todos los hermanos y les explicó que el ayuno estaba muy bien, pero que no podían dejar que un hermano se muriera de hambre. Pero como no estaba bien que dejaran al hermano comer solo, para que éste no pasara vergüenza todos debían acompañarlo. Así que los hizo levantarse a todos y se dirigieron al comedor. Y la comida se convirtió en una fiesta. Es verdad que en la mesa no había más que un pan y unos pocos rábanos, pero, eso sí, estaban bien aderezados con la alegría común. Está bien dar de comer al hambriento; pero está mucho mejor compartir todos juntos la humilde alegría que tenemos.
Es verdad que uno se pone a pensar que, repartir un pan hoy, me reporta un sano gozo cristiano, pero nos inunda la desesperación de cómo vamos a realizarlo mañana.
Es evidente que, nunca, nadie será capaz de curar todo el mal del mundo, pero yo me atrevo a decirte: si importante es compartir el pan, más importante lo es si éste lo acompañamos con alegría. “Quien tenga pan, que lo reparta; quien tenga pan y una sonrisa, que distribuya los dos. Quien tenga solo una sonrisa, que no se sienta pobre e impotente: que reparta sonrisa y amor”.
Si hay algo que no cambia e irá donde vaya tu destino, será la sonrisa y el amor con que tú das lo que recibes. Porque el hambre volverá mañana, pero el recuerdo de haber sido querido por alguien permanecerá floreciendo en el alma.