REFLEXIÓN «LA CONTRA». EL DOMINGO Nº 1224. 29 de mayo de 2022.
“El ser humano corriente, cuando emprende una cosa, la echa a perder por tener prisa en terminarla”.
Cuenta una historia que una persona paseaba por el campo, aburrida, sin nada que hacer. De pronto se encontró un capullo de mariposa y decidió llevárselo a casa para distraerse un rato, viendo cómo ésta nacía. Tras veinte minutos observando la crisálida, empezó a notar cómo la mariposa luchaba para poder salir a través de un diminuto orificio.
Esta persona estaba realmente excitada. Jamás había visto nacer a una mariposa. Sin embargo, pasaron las horas y allí no ocurrió nada.
El cuerpo del insecto era demasiado grande, y el agujero, demasiado pequeño. Impaciente, decidió echarle una mano. Cogió unas tijeras y, tras hacer un corte lateral en la crisálida, la mariposa pudo salir sin necesidad de hacer ningún esfuerzo más.
Satisfecha de sí misma, esta persona se quedó mirando a la mariposa, que tenía el cuerpo hinchado y las alas pequeñas, débiles y arrugadas. La impaciente persona se quedó a su lado, esperando que en cualquier momento el cuerpo de la mariposa se contrajera y desinflara, viendo a su vez crecer y desplegar sus alas. Estaba ansiosa por verla volar.
Sin embargo, debido a su ignorancia, disfrazada de bondad, aquella persona impidió que la restricción de la apertura del capullo cumpliera con su función natural: incentivar la lucha y el esfuerzo de la mariposa, de manera que los fluidos de su cuerpo nutrieran sus alas para fortalecerlas lo suficiente antes de salir al mundo y comenzar a volar. Su impaciencia provocó que aquella mariposa muriera antes de convertirse en lo que estaba destinada a ser.