Los mayores no son necesarios

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REFLEXIÓN «LA CONTRA». EL DOMINGO Nº 1247. 5 de febrero de 2023.

Hoy vamos a fijar la atención en los mayores, en los ancianos. Todos debemos pensar en ellos; no son una carga, sino un tesoro. La familia es el tesoro más grande, es el patrimonio de la humanidad más bello y el que mejor garantiza el crecimiento y desarrollo de la persona humana, ya desde antes del nacimiento y por supuesto desde su nacimiento hasta su muerte.

Estamos todos llamados a trabajar para que la familia asuma su ser y su misión. Y en ese ser y misión, no podemos olvidar a los ancianos. Los abuelos ocupaban un lugar especial, esto puede pertenecer al dinamismo del Evangelio.

Dios nos quiere decir algo que pertenece a la esencia de la familia: niños y ancianos construyen el futuro de la humanidad. De ahí el cuidado de ambos y la necesidad de no separarlos, pues los unos se enriquecen con los otros: unos dan esperanza y futuro; otros dan experiencia y serenidad, contagian confianza dando aquello que después de los años consideran y han visto que es lo más fundamental. Cuando no se da importancia a unos y a otros al mismo tiempo, el futuro está comprometido.

No penséis que sois un peso inútil, todo lo contrario: sois testigos del pasado y sois inspiradores de sabiduría para el presente y el futuro. Sin vosotros, a nuestra sociedad le falta algo fundamental. De ahí la importancia que tiene vuestra presencia y el que os vean y traten los niños y los jóvenes. ¡Qué importante sería que todos escuchásemos!

Es verdad que, en nuestra sociedad, un desarrollo desordenado ha llevado a que tengáis que asumir formas que son inaceptables de marginación, que son fuentes de sufrimiento para vosotros, pero sobre todo para la sociedad que se empobrece sin vuestra presencia. Sois una riqueza insustituible. Ojalá todos descubramos vuestras funciones en la sociedad civil y eclesial y, muy especialmente, en la familia. Dar cauce a vuestra tarea en estos momentos que vive la humanidad es de especial importancia, pues no sois sobrantes que arrinconar, sino protagonistas para construir.

Es de admirar a los hijos que así lo ven en sus padres cuando van siendo mayores y lo mismo en los nietos con sus abuelos. ¡De qué manera describía un hijo que su padre le había enseñado a no detenerse nunca en la vida, en su vejez e incluso en su enfermedad! ¡Con qué alegría me contaba un nieto que su abuelo, de 73 años, le había dicho que le acompañaba a hacer el Camino de Santiago para enseñarle a estar avanzando siempre!

“Vosotros veis que somos viandantes. Y os preguntáis: ¿Qué es caminar? Lo digo con una palabra: avanzar, puede ser que no comprendáis bien y acabéis teniendo pereza para caminar. El día en el que digas: ya está bien, ese día estarás incluso muerto. Añade siempre algo, camina siempre, avanza siempre. No te quedes en el camino, no vayas para atrás, no te desvíes. Quien no avanza, se queda detenido”.

Los mayores tienen una fuerza especial. ¿Por qué su experiencia es tan importante para nosotros? ¿Por qué nunca debemos olvidar su gran sabiduría? Ellos son conocedores de la realidad, muy en concreto, de su familia, porque los quieren. Aman la vida. Aman a los suyos. Saben que es lo único que queda y les queda. ¡Qué sabiduría! Y cuanto más claro y más grande es ese amor, más experiencia de acogida.

Nuestros mayores mejor que nadie saben tocar, acariciar y curar las heridas de Jesús que encuentran en los que les rodean. Dejemos que estén a nuestro lado, no los retiremos. Urge tener especialistas en tocar, acariciar y curar las heridas profundas del hombre; los mayores son especialistas en esta tarea, pues ellos:

Son testigos del pasado, maestros de sabiduría para el presente, cimientos fuertes del futuro. Nos ayudan a clarificar la escala de valores humanos. Rompen barreras de las generaciones y crean puentes. Regalan cariño, comprensión, amor con sus ojos, palabras y caricias.